El sol apenas asomaba en el horizonte, tiñendo el cielo de tonos naranjas y rosados, cuando los visitantes comenzaron su aventura montando a caballo. El viento soplaba suavemente, trayendo consigo el dulce aroma de la naturaleza mientras avanzaban hacia el Rancho La Mandarina. A lo lejos, se escuchaban los sonidos de los animales despertando, preparándose para recibir a los visitantes.
Después de una hora de recorrido, siendo ya testigos del despertar del rancho, llegaron a La Mandarina. Les esperaban limonadas recién hechas, con el jugo de limones recogidos esa misma mañana, brindando un refresco perfecto para la ocasión.
Luego, llegó el momento de sumergirse en una experiencia auténtica: el trapiche. Con manos ansiosas, extrajeron el guarapo de la caña de azúcar, sintiendo cómo la dulce esencia de la caña se convertía en un líquido fresco y revitalizante. Beberlo fue como beber la esencia misma del rancho.
Con el sabor dulce aún en sus labios, el grupo fue llevado a dar un paseo por el rancho. Pasaron junto a la pecera, donde los reflejos del sol danzaban sobre el agua, y continuaron su camino para encontrarse con los animales que residían en La Mandarina. Vacas, cabras y aves saludaban curiosas, acercándose para ser parte de la experiencia.
Y, finalmente, el almuerzo. Una comida preparada con ingredientes frescos del rancho, sabores que contaban historias de la tierra de La Mandarina y de las manos que la trabajan. Cada bocado era un recuerdo de la jornada vivida.
El sol comenzaba a alcanzar su punto más alto en el cielo cuando los visitantes, con corazones y estómagos llenos, montaron nuevamente a caballo para emprender el regreso. Mientras se alejaban, llevaban consigo las memorias de un día en el Rancho La Mandarina, prometiendo regresar y revivir la magia otra vez